Entrevista por Juan Pablo Roncone
“La libertad se gana reafirmando la individualidad”
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Entrevista por Carla Guelfenbein
Digamos las cosas como son. No es usual que las cuatro editoriales más importantes de este país se peleen una primera novela al punto que trascienda en la prensa; no es habitual que a las pocas semanas de estar en las librerías ocupe el primer lugar en el ranking de los libros más vendidos, usurpándole este puesto a escritores superventas; no es usual que reciba una crítica elogiosa y que, incluso, sus pares lo halaguen como lo hizo Antonio Skármeta y Jaime Bayly. Y aquí me quiero detener en las palabras de éste último: “Hacía mucho tiempo que no leía un libro tan bello y conmovedor como Madre que Estás en los Cielos. Me he sentido estremecido como solo las grandes novelas pueden hacerlo. Madre que estás en los cielos es la novela de un escritor que ya había revelado su talento y sensibilidad en los cuentos inquietantes de Vidas Vulnerables y que ahora nos ha regalado esta obra maestra”. Por Carla Guelfenbein P- Quiero empezar preguntándote cómo vives esta experiencia, privilegiada y escasa en el mundo de los escritores. Y qué crees que hace de Madre que estás en los cielos una novela tan poderosa. R- ¿Cómo la vivo?, con alegría, por supuesto, pero también como un idiota. Realmente uno no se prepara para esto. La reclusión, el mundo imaginario que habitamos mientras escribimos es la antítesis de esta batahola, donde no tenemos conciencia de tiempo ni de prioridades. Yo me siento bastante perdido, al punto de incurrir en actitudes francamente insoportables en la intimidad. Lo que acostumbramos a llamar ego, es una animal que no se sacia, aún más, a medida que come más hambre tiene y si no encuentra alimento a mano se come lo que se le cruce por delante. En cuanto a la novela, quizá yo no sea el más indicado para destacar sus virtudes, pero creo que se ha producido un fenómeno que está más allá o más acá de lo puramente literario, una identificación de los lectores con la historia de esta familia. Como ya lo expresa el dicho, en todas las familias se cuecen habas. P- Dejaste una exitosa carrera como ingeniero para dedicarte exclusivamente a la literatura. Después de publicar tu primer libro de cuentos, según mencionaste en una entrevista, a pesar de haber tenido una buena acogida, y de haberte hecho escritor, viviste días de tristeza y desconfianza. En ese estado de ánimo, la escritura resultaba una labor casi imposible y de hecho no empezaste tu novela hasta unos cuantos años después. Y aquí quiero preguntarte varias cosas. ¿A qué renunciaste cuando dejaste tu carrera? ¿Dudaste, en ese periodo post cuentos de tu decisión? ¿Qué crees que produjo el congelamiento y la tristeza, y qué provocó luego el deshielo? R- Cuando renuncié a mi trabajo, abandoné una manera de vivir, que me había sido entregada como una donación por mis padres y mis educadores. Poco a poco me vi enfrentado al dilema de que la estructura psicológica y vivencial que traía conmigo no eran las adecuadas para acompañarme en esta nueva etapa de mi vida. Incluso la imagen que tenía de mí mismo chocaba con la nueva realidad. Había quebrado ya con una serie de prejuicios muy fuertes, como el ser gay, pero otros más solapados continuaban allí impidiendo que me desenvolviera de manera más espontánea en la literatura. Durante ese período post cuentos tuve momentos de duda. Pensé que tenía que hacer otra cosa mientras tanto, buscar un trabajo que me diera libertad para entrar nuevamente en una narración si surgía el ánimo de hacerlo. Y no era cosa de que me faltara inspiración, más bien me faltaba el ánimo, la fuerza para sentarme y hacerlo, me faltaba sobreponerme a la angustia. En términos crudos estaba deprimido. Qué produjo la tristeza... pienso que, inconscientemente, con Vidas Vulnerables buscaba la aceptación del mundo literario y también de mi familia. Ambas cosas hasta cierto punto ocurrieron, pero con una serie de bemoles. En el fondo, el mundo siguió igual. Llegó un momento en que me di cuenta de eso, de que no necesitaba ni el permiso ni el reconocimiento de nadie, ese fue el deshielo, una sensación de libertad, de decir, bueno, esto soy yo y al que le guste bueno y al que no ... Fue liberarme de patrones, de no ser un escritor tradicional en muchos sentidos, de no ser el hijo o hermano tradicional, de no ser otra cosa que yo mismo. Eso fue, en esos años de depresión estaba buscando esa sensación de mí mismo, imprescindible para atreverse a escribir la primera palabra de una narración. Para los que aún no la han leído, Madre que estás en los cielos, es la historia de Julia Bartolini, una mujer chilena, de setenta y siete años, hija de inmigrantes italianos, que, apenas descubre que tiene cáncer, siente la urgencia de contar su vida, la de sus padres, y la de sus hijos. La voz de Julia tiene la urgencia y la lucidez únicamente posibles ante la inminencia de la muerte. No sólo vamos recorriendo la vida de su familia, de un buen tramo de la historia de Chile, sino también Julia se adentra en temas esenciales de la existencia humana que me gustaría que exploráramos. La novela se abre con una frase de Julia que de alguna manera condensa el sentido de la novela. Ella dice que salimos de la adolescencia con una impronta, con un gesto vital y todos nuestros actos posteriores no son otra cosa que la metamorfosis de este gesto y la culpa posterior que inevitablemente lo acompaña. R- Bueno, todos sabemos que existen experiencias en la infancia que nos marcan para siempre. Una posibilidad es vivir de espaldas a ellas, ignorándolas, dejando que nos dominen en los momentos menos pensados, para volver luego a su estado de latencia. Son cancerberos que parecen dormir, pero muerden a quien se acerque. Así salimos de la adolescencia, marcados, y creo que para alcanzar una adultez más o menos sana, debemos conocer de qué materia están hechos esos traumas, para saber al menos con qué tipo de monstruos estamos tratando.Respecto de la culpa, podríamos hablar horas. Es un catalizador-retardador de la existencia. La trasgresión de la culpa es, en ciertos momentos, la fuente de los mayores placeres, en otras ocasiones, la culpa es una alimaña que se mueve en nuestras emociones y nos amedrenta. La educación en la culpa crea personas controladoras, temerosas, agresivas en su afán de protegerse, al punto de subyugar a otros bajo sus estrictos códigos de conducta con tal de no verse amenazados. La culpa, creo, llevada más allá de los niveles de una convivencia respetuosa del otro, es una manera de restar a la vida, se queda con muescas de nuestros días y que al final nos hace maldecir por haberle dejado como tributo esa porción de nuestra existencia. P- Una de las ideas centrales de la novela es el esfuerzo inhumano que hace su protagonista a lo largo de su vida por construir una familia feliz, incluso pasando por encima de sus hijos, de esos gestos vitales, que ella misma enuncia. Estamos hablando de tolerancia. ¿Qué es para ti la tolerancia? R- La palabra es engañosa. En un programa de televisión al que me tocó asistir uno de los panelistas dijo que detestaba la palabra tolerancia y que prefería solidaridad, era apegado a la iglesia católica. Cada vez que el panelista decía solidaridad, una activista lésbica sentada junto a mí decía “respeto”, y el otro “solidaridad” y ella “respeto”. No sé quién ganó. Independiente de cómo llamemos a este concepto, sabemos más o menos de lo que estamos hablando. En el universo de la novela, respeto sería que Julia fuera capaz de reconocer en sí misma los miedos que la atenazan y liberar a sus hijos de la influencia. Es decir, estar preso de una infancia infeliz, no significa que también vamos a meter a la celda a nuestros hijos. Respeto significa entonces aceptar lo que hay de propio, de único en los hijos, aquello que traen consigo desde la cuna. En un sentido más amplio, respeto es cuidar la individualidad como un bien, un buen símil sería cuidar de la biodiversidad. Nuestra sociedad aún no protege la individualidad, como debiera. Es el mayor bien de la humanidad y por lo tanto la ley debiera cuidar de ella, hasta el límite de la individualidad del otro. P- Julia dice que ella, y también su madre, tenían una forma de juzgar a las personas que respondía a un juicio interior, a un acto intuitivo, donde no pesaban los asuntos mundanos, como dinero, apariencia, clase. Bastaba un comentario o una actitud para echar a andar ese órgano que lee a otro ser humano en cosa de minutos. ¿Cómo juzgas tú a las personas? R- Bueno, algo de Julia y su madre hay en mí, no puedo evitarlo. Soy como un perro, huelo a las personas y rápidamente vienen a mi cabeza ideas y juicios. Me producen verdadera emoción las miradas sinceras y las mentes lúcidas y detesto sobremanera la impostura, el amaneramiento social, la violencia gratuita y la tontera. P- Julia dice: “Un notorio cambio en nuestras condiciones de vida disfrazó de prosperidad el silencio y la desconfianza”. ¿Crees que las apariencias y las condiciones externas son una forma recurrente de evitar afrontar los conflictos internos? R- Creo que sí, el dinero entretiene, pero no sana. P- Uno de los mayores temores de Julia y que trasmite inconscientemente a su hijo Andrés, es el miedo al abandono. Me gustaría que desarrollaras un poco este tema. R- Julia es una persona que ha vivido una infancia teñida por la amenaza del abandono. Ella pensaba que su padre la abandonaría el día menos pensado. Andrés ha temido el abandono de su madre, porque presiente que su padre la quiere sólo para él, que se la va a quitar, y de hecho se la quita por largos períodos mientras viajan. Pienso que algunas personas están tocadas por este mal, cuya expresión adulta es semejante a la histeria, al exceso de histrionismo, a una necesidad de conquistar, de seducir, de caer bien. Otra clase, como Julia, buscar hacer todo bien, dar siempre con la regla. Algo en la base de su educación o en sus genes, les ha quitado la seguridad de la existencia y sólo la experimentan cuando la persona o el ente social a quien le han dado el poder de concederla, les da su aprobación o les presta su atención. P- Julia dice: Mi relación con el sexo puede ser juzgada como una forma de paranoia. Pero no voy a pedir perdón ahora, así fui criada, así salí al mundo y constituyó uno de los ejes de mi vida, el lugar desde donde brotaba mi fuerza. ¿Qué lugar ocupa el sexo en la existencia humana? R- Para Julia ocupa un lugar central. Es “la madre de todas las tormentas”. El sexo para ella es pernicioso, por esa fuerza instintiva, animal, que puede arrasar con las instituciones más estables, como es la familia. El sexo para Julia es un mal necesario, una bestia que debe mantenerse tras barrotes. No me atrevo a pontificar acerca del papel del sexo en nuestra vida. Sí creo que debiera estar asociado al placer y la intimidad, y no al pecado y la culpa. P- La protagonista es muy clara al confesar que en su relación con sus hijos lo que primaba ante todo era educar, no ser auténtica. Cualquier conversación era una posibilidad para inculcarles valores, para transmitir un enfoque adecuado de la vida. Quisiera que nos hablaras un poco de esa contradicción que se produce en ocasiones entre lo adecuado y lo verdadero. R- Bueno, creo que lo adecuado tiene su utilidad en la esfera de las interrelaciones humanas, nos permite una convivencia sana, buenas costumbres, buenos usos, pero cuando le damos alas para que rija nuestra vida más allá de este campo, entonces comienza a entumecer los huesos y restar libertad, individualidad, creatividad. Para los creadores, es uno de los mayores peligros. P- La idea de la adaptación a los cambios es una idea que atraviesa la novela. El mundo cambia, las circunstancias cambian, las relaciones cambian. Algunos de tus personajes se adaptan, como por ejemplo la madre de Julia ante la infidelidad de su esposo, y otros lo logran apenas. Julia dice que desde muy joven presintió que el apego al status quo, podía tornarse una forma de invalidez. Me gustaría que desarrollas esta idea. R- Por Julia, una vez que ha alcanzado cierto platau en la vida, que siguiera todo igual. Para ella los cambios son difíciles, le duelen, incluso físicamente, y desarrolla verdaderas estrategias de largo aliento para poder enfrentarlos. Su hermano Joaquín es un caso aún más grave. Vive encerrado en su casa en una pequeña ciudad norteamericana. No aguanta siquiera las carreteras. Hay quienes no soportan que el mundo cambie, hay otros que se niegan a cambiar a propósito de esos cambios. Tanto es así, que para Julia la costumbre es una vara con que mide asuntos tan importantes como su relación con Alberto. Cuando ella decide casarse con Alberto, le resulta fundamental el hecho de estar “acostumbrada” a él. Para una persona que intenta controlar las variables de su vida con tanto denuedo, es natural que el cambio resulte amenazante. Es cierto ese decir “el hombre es un animal de costumbres”, pero hemos hecho de nuestro mundo “ un mundo cambiante”, entonces estas dos tendencias chocan. Mientras el hombre no tenga las herramientas para saber quién es él, estará constantemente sometido a las ráfagas del exterior, sin saber si dejarse elevar como un volantín o permanecer aferrado a lo suyo. P- Julia dice que ella es la principal responsable de su condición de sometimiento ante su esposo y ante su familia. Al dejarse llevar por la costumbre evitó el encuentro cara a cara con la vida, con sus deseos. ¿Crees que esto es frecuente en nuestra sociedad aún en estos tiempos considerados modernos? ¿Crees que somos responsables de nuestro destino? R- Por Dios , esta mujer me hace pensar demasiado. Bueno, sí, creo que sí, en nuestro país hay muchísimas personas que se quedan varados en los arenales de la costumbre familiar y no son capaces de buscar y arriesgarse, incluso cuando tienen la educación y los medios para hacerlo. Me refiero a desarrollar una vida fundada en sus propios pilares y no en la estructura de una tradición familiar que les puede resultar restrictiva. ¿Somos responsables de nuestro destino? hasta cierto punto sí, pero no hay que olvidar que, por ejemplo, la época en que vivimos ejerce influencias que no somos capaces de ver y menos de contrarrestar. Mi abuela educó a mi madre según un libro llamado Salud y Hogar en que se aseguraba que los condimentos despertaban los malos pensamientos. P- Hay una idea muy bella hacia el final de la novela, donde Julia dice que Alberto, su marido, no fue completamente suyo porque ella se lo impidió. En su afán por moldearlo a una imagen idealizada, Alberto optó por dejar fuera de la casa parte de su ser. Es muy posible que, si Alberto hubiera sido tal cual era frente a Julia, ella no lo hubiera soportado. Estamos hablando nuevamente de tolerancia y de verdad. ¿Que Alberto le mostrara a su mujer solo una parte de si mismo, lo hacía un ser falso? R- No podría medir el nivel de conciencia que tenía Alberto del “arreglo” a que habían llegado con Julia. Ella es bastante más analítica que él. Siendo un ser instintivo e inteligente, Alberto se fue acomodando sin saberlo a esa forma de convivencia. Adora a Julia y tal vez ni siquiera vio que ante ella representaba un papel incompleto. Por lo tanto, no lo juzgaría un hombre falso. Como decíamos, también era un hijo de su época. P- Muchos escritores han dicho que la escritura es una forma de vivir otras vidas, y también de reconciliarse con su pasado. ¿Tiene algo de esto, Madre que estás en los Cielos? R- No tanto como se pudiera pensar. La literatura no es una forma de terapia, es una búsqueda de la belleza. Uno de los mayores consensos, desde sus primeros escritos, es que Pablo Simonetti es dueño de una prosa no tan sólo inteligente, pero también depurada, elegante, sosegada. P- ¿Cómo escribes? ¿Qué surge primero, los personajes, la historia, las palabras? ¿Experimentas eso que se llama inspiración? ¿Qué la gatilla y que la frena? R- Primero los personajes, un personaje, en este caso Julia. Un personaje y un conflicto, un personaje en estado de vibración, una partícula inestable, que lo vuelva potente y atractivo. La inspiración se gatilla cuando me rodea una sensación de paz, de reflexión, de silencio. El mundanal ruido no me deja oír mis historias. P- ¿Con qué espíritu te enfrentas a esta etapa nueva como escritor? R- Con incertidumbre, por supuesto, pero también con la certeza de que puedo escribir narraciones de largo aliento como Madre que estás en los cielos. Aunque si me preguntas ahora, creo que esta novela la escribió otra persona y no yo. |